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El misterio de la tumba de Videla, la misa oculta en su memoria y el represor que contó la intimidad del final

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El esplendor terrible: Videla aplaude en la final del Mundial ’78. Moriría en una celda casi 40 años después. (Keystone Pictures USA/Shutterstock)

No era fácil encontrar al dictador al ras de la tierra. No había una lápida en el suelo, para empezar. Trabajaba para la revista Noticias en ese entonces, fui al cementerio Memorial de Pilar a buscar su tumba tras su entierro esa semana, junto al fotógrafo Octavio Mancini. Había algunas pintadas calientes en los caminos del frente del cementerio que lo repudiaban, en la parada de colectivo del lugar, su cuerpo ciertamente estaba allí, pero ningún empleado al comienzo se atrevía a marcarla, no había nadie en la mañana fría sobre el pasto de corte perfecto que señalara una parcela con el dedo y dijera: “Aquí está Videla”, nadie que dijera que aquí estaba realmente el fin.

Videla había sido enterrado en ese cementerio el 23 de mayo de 2013, seis días después de su muerte, en una parcela en el sector T, no muy lejos de Emilio Massera o de José Alfredo Martínez de Hoz, luego de que la Justicia de Morón permitiera su sepultura según confirmaban altas fuentes en los tribunales. Un empleado decía, un poco cínico, suelto de lengua: “Acá lo tuvimos en freezer un día. Solo vino un hijo de él”. Un familiar del dictador deslizó entre íntimos, entre los habitués del mundo de los ex militares condenados por crímenes infames, preocupado por la eternidad: “Por suerte se pudo hacer una misa con cuerpo presente”.

El familiar no dijo dónde, ni cómo, ni quiénes asistieron a ese réquiem de estola púrpura, ni el nombre del cura que lo ofició, un rito secreto. No hubo responso en el cementerio parque, la clásica caminata del luto detrás de la caja, nada. Habían anunciado que lo enterrarían en Mercedes, su lugar de origen, lo que disparó protestas intempestivas, la chance de un choque literal de fuerzas sobre el féretro. La privacidad parecía una mejor opción. Lo enterraron, según Página/12, el mismo día que fue retirado de la morgue.

Toda la situación dependía de la Justicia porque la muerte de Videla no fue un tema estrictamente privado. Juan Pablo Salas, en ese entonces titular del Juzgado Federal N°3 de Morón, estaba a cargo del expediente. Una fuente vinculada a la causa decía algo un poco perturbador en ese entonces: “La familia quiso cremarlo en un momento. No querían problemas, que la gente vaya y vandalice la tumba. Nadie quiere tener un disturbio encima de un velatorio”. El juez Salas no permitía la cremación, no hasta que los reportes finales de la autopsia estuviesen disponibles. Cremar el cuerpo no tenía sentido, al menos en lo religioso: Videla era un católico a ultranza.

La Justicia federal sabía la ubicación exacta de la tumba, una fuente en los tribunales me había dicho el número de parcela que constaba en el expediente, pero sin un mapa, sin un guía, se volvía imposible localizarla. Había que buscar los signos. Poco después esa mañana en el Memorial, alguien señalaba una sepultura recién cavada, la única con ese aspecto ese día en el sector T, sin lápida, cubierta con panes de pasto. Era un sepulturero que fumaba, con la tierra negra cargada en su carrito: “Es esa, es esa. Ahí está el chabón”, dijo, mientras reía con una risa que era la oscuridad de la historia argentina.

El cementerio Memorial tras la llegada del cuerpo: la manifestación en el camino de entrada. (NA/Mario Sayez)
El cementerio Memorial tras la llegada del cuerpo: la manifestación en el camino de entrada. (NA/Mario Sayez)

Videla murió de madrugada en su celda del Módulo 4 del penal de Marcos Paz, un guardia lo encontró ya sin vida sobre el inodoro luego de que su imagen se fundiera a gris, finalmente a negro. Ya estaba débil, desorientado, se confundía los días de la semana, algo que viene con el paso del tiempo. Los partidarios que le quedaban aseguraban que era maltratado por el Servicio Penitenciario Federal, repetían que con sus 87 años no podía resistir los traslados en móviles fríos para ir a declarar en causas que lo involucraban, y salidas a la madrugada. Ni siquiera pudo recibir a sus familiares en su última visita: trasladado en silla de ruedas, apenas pudo apoyar sus pies en los pedalines, a 10 centímetros del suelo.

Había perdido peso en los últimos meses, algunos estimaban más de 6 kilos, rechazaba comer en ocasiones. Videla, sin embargo, no se quejaba, fue un militar parco y seco hasta el final. No opinaba de política. Iba a misa los domingos. Se entusiasmaba quizás por algún resultado de tenis.

Los represores que lo rodeaban, por lo bajo, decían: “El viejo se nos va”.

“El viejo”

Ninguno de ellos se atrevió jamás a decirle ese apodo a la cara. Para muchos encerrados allí, hasta la muerte, fue “mi general”, teniente general Jorge Rafael Videla. A 30 años de la caída de la dictadura, a pesar del Juicio a las Juntas, a pesar de que cayeron uno por uno y pagaron por sus crímenes, la jerarquía estaba ahí. Los penitenciarios lo sabían, los que estaban detrás de de la inteligencia del Servicio Penitenciario Federal lo sabían: Videla, que hablaba poco, comandaba. Tenía ese respeto.

Mohamed Alí Seineldín fue otro que tuvo ese poder inmaterial tras las rejas. Dice un funcionario histórico del Servicio Penitenciario Federal: “Es la formación castrense. No tenés un pabellón, sino un regimiento. El Ejército prepara soldados. Así se comportan”.

Algunos de esos soldados se preocuparon por él. Jorge Di Pasquale, teniente coronel condenado a prisión perpetua por el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata en la causa que investigó los crímenes en el centro clandestino de detención La Cacha, señalado como culpable del homicidio de la hija de Estela de Carlotto, visitó al jefe del Módulo para pedir que Videla fuese beneficiado por su salud días antes de su muerte.

Pero hubo otro que denunció, que llevó la situación a la Justicia: fue el ex teniente Juan Daniel Amelong, rosarino, abogado penalista, su vecino de celda, un represor.

Juan Daniel Amelong en el juicio en su contra en el Tribunal Oral Federal N°1 de Santa Fe (Foto: NA)
Juan Daniel Amelong en el juicio en su contra en el Tribunal Oral Federal N°1 de Santa Fe (Foto: NA)

Oficial de Inteligencia, Amelong había integrado el Batallón 121 que controló cinco centros clandestinos: fue condenado a prisión perpetua por los crímenes en esos centros junto al ex teniente Pascual Guerrieri en perjuicio de 28 víctimas, También recibió otra condena la supresión de identidad y desaparición de mellizos, hijos de dos desaparecidos, Raquel Negro y Tulio Valenzuela.

Amelong podía ser urticante cuando quería. No tenía que esforzarse mucho. Cuando fue juzgado en el Tribunal Oral Federal N°1 de Rosario, llevó una extraña vincha provocativa: “Legalidad”, decía sobre una tela escrita con fibrón, que se calzó en la cabeza frente a los familiares de víctimas mientras reía. El Colegio de Abogados rosarino le revocó la matrícula para ejercer, peleó hasta la Corte Suprema para recuperarlo. El máximo tribunal se lo denegó.

Había estado preso junto a Videla desde el encarcelamiento en Campo de Mayo, los trasladaron en 2012 a Marcos Paz. Horas después de su muerte, Amelong envió al Juzgado Federal Nº3 de Morón subrogado por Salas una declaración testimonial a modo de denuncia: acusaba al Servicio Penitenciario Federal y a sus médicos de una supuesta cadena de desidia y abandono que terminó en la muerte del dictador. Nelson Castro había publicado los documentos de esa denuncia en el diario Perfil. El nombre de Amelong había sido tachado.

Alguien que conocía bien la atmósfera de los condenados de lesa humanidad me lo confió: la denuncia correspondía a Amelong. Esa misma persona, la misma que oyó sobre el réquiem final de Videla entre sus íntimos, acordó una llamada. Amelong me contactaría desde el teléfono fijo del penal para un reportaje que luego fue publicado en la revista Noticias. Recibí el llamado en mi escritorio. Fue firme al hablar, sin devaneos.

―¿Qué sugiere que ocurrió?

―Hubo un encubrimiento. Cuando murió, nos cortaron los teléfonos, presenté un hábeas corpus para que nos los devuelvan. Hubo hechos llamativos, como la cantidad de personas que circulaban en su celda antes de que lleguen los peritos. A Videla lo veíamos mal, cada vez peor. Y acá lo que se encubre es que lo dejaron morir, por no decir que lo mataron.

―¿Cuándo lo vio por última vez?

―La noche antes de que muera. No había cenado, se lo veía de mal semblante. Di Pasquale había pedido que lo trasladen, pero no hubo resultado, más acompañado que Videla fue a declarar después de que se cayera por el Plan Cóndor, eso lo afectó muchísimo. Lo sacaban para declarar a las 4 de la mañana, apenas con un desayuno, sin almorzar, lo devolvían acá a las 8, 9 de la noche. Era un anciano. Tres veces por semana no podía hacerlo. Para todos es igual. Pedís un médico y aparece un enfermero a las 3, 4 horas. Pedís un medicamento y aparece a los 2, 3 días. Por eso en este módulo tenemos más de 10 muertos. Con Videla fue el décimo. Hay casos de igual o más complejidad, mucha gente mayor. El Servicio los ignora. No está la atención que corresponde. Las órdenes que vienen son evidentes en la discriminación que hay. Hay una adversión, no explícita, pero evidente.

Ultimo proceso: Videla en el juicio del Plan Condor (Télam)
Ultimo proceso: Videla en el juicio del Plan Condor (Télam)

El represor atesoraba un recuerdo privado con Videla, una anécdota entre rejas. “Él fue director del Colegio Militar cuando yo me gradué, él me dio el sable y el despacho de subteniente. Conseguí una foto de ese momento y le pedí que me la firme”, contó.

Videla, sin su rango de teniente general, firmó con nombre y apellido. Amelong le pidió que lo incluya. Videla respondió: “Bueno, usted sabe cuál es mi situación”. Amelong dijo: “Si sus adversarios si le quieren quitar el grado, yo no voy a dejar de reconocerlo”. Entonces, Videla accedió, e incluyó su viejo rango sobre su nombre: “Teniente General”. “Era un general, así me dirigía yo a él. Su grado y personalidad sacrificial hacían que no se quejara de nada. Había mucho respeto hacia él y se lo seguimos teniendo”, aseguró.

Videla a veces tomaba un secador, empujaba el agua, pero no le permitían trapear el piso. “No correspondía a su rango”, dijo Amelong, como si todavía rigiera sobre ellos un código militar y una institución que los había expulsado del uniforme y de la historia, que los convertía en parias.

El dictador tenía su ranchada en el horario de la cena, su mesa de íntimos con los que comía. Amelong los contó uno por uno, represores como el capitán Victor Gallo, del Batallón de Inteligencia 601, que se apropió de un bebé luego recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo, el ex piloto Julio Alberto Poch -acusado de ser parte de los vuelos de la muerte- y el general Eduardo Cabanillas, jefe del centro clandestino Automotores Orletti, imputado por la muerte del hijo del escritor Juan Gelman. Nunca le permitían lavar los platos, ni siquiera los suyos. Secaba porque quería. El poder de mando de la dictadura, para él, nunca había terminado, no del todo. De vez en cuando, Alfredo Astiz lo saludaba en sus paseos por el patio.

Una semana después de la muerte del dictador, el juez Salas ni siquiera tenía una hipótesis de qué ocurrió. No tenía un reporte de autopsia completo, así como la historia clínica. Sabía de las fracturas que el dictador había sufrido el 12 de mayo cuando se cayó en la ducha: un golpe en cadera, costillas y esternón, una lesión en la pelvis. Salas, en privado, no se atrevía a hablar de un abandono médico, de una mala praxis, la teoría del represor Amelong. “Hemorragias internas” era un término que había llegado a su escritorio.

En junio de 2015, tres años después, el juez federal sobreseyó a tres médicos del SPF acusados de homicidio culposo. Aseguró que las fracturas de Videla resultaban imperceptibles en radiografías. La autopsia determinó que el jefe de la junta militar murió porque las pequeñas fracturas internas derivaron en hemorragias, una embolia pulmonar y finalmente en un paro cardíaco mientras estaba sentado en el inodoro de su celda.

Daniel Amelong fue trasladado al penal militar de Campo de Mayo. En abril de 2020 pidió salir con la excusa del coronavirus. La Sala III de la Cámara Federal de Casación se lo negó. Argumentó que tenía el Hospital Militar a pocos metros, que ante cualquier problema podría ir ahí.

La lápida de Videla, con el tiempo, se convirtió en una especie de mito quizás por su ausencia. Clarín aseguró en 2015 que no tenía su marca, su nombre, que decía apenas “familia Olmos” con la cruz del calvario en la piedra. Pero el hombre detrás de la parcela, el señor Olmos, decía que no tenía nada que ver, que no había ningún Videla enterrado ahí, nadie que él conociera.

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A 10 años de la muerte de Videla: el día que habló de los desaparecidos y su final en el baño de la cárcel

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(Vía Infobae)

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Una mujer buscaba a su perra y la encontró mutilada: “No sé quién puede tener tanto odio en su corazón”

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Una mujer buscaba a su perra y la encontró mutilada: “No sé quién puede tener tanto odio en su corazón”

Un acto de crueldad extrema sacudió a la ciudad de La Plata, donde una perra fue brutalmente asesinada. India fue encontrada en condiciones espantosas, presentando cortes de cuchilla, una herida en su cuello que indica degollamiento y la amputación de una de sus patas.

La mamá de corazón de India, una perra de raza Weimaraner, había reportado su desaparición luego de que el animal se escapara de su hogar en el barrio Altos de San Lorenzo alrededor de las 20 h del jueves.

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Preocupados por su bienestar, realizaron una exhaustiva búsqueda hasta que finalmente hallaron a su querida mascota sin vida, tirada en la esquina de 137 y 72, en un estado de mutilación tan horrendo que generó repudio y consternación.

India fue encontrada asesinada y mutilada. (Foto: Facebook /Magalí Sanguinetti)

Ante este cruel acto de violencia hacia un animal indefenso, la joven presentó una denuncia penal. Asimismo, les pidió a los vecinos del barrio o cualquier persona que pueda tener información relevante y que haya presenciado algo sospechoso en la zona que se comunique con la policía.

“No sé quién puede tener tanta crueldad y veneno en su corazón. Lo que hicieron con India no tiene perdón. La mataron, la descuartizaron. Es pura maldad”, expresó Magalí, su dueña, a través de las redes sociales.

“La encontramos de la forma más horrorosa que se puede encontrar. La perra tiene cortes de cuchilla. La degollaron y le cortaron su pata, tiene marcas de cuchilla. No puedo entender cómo puede haber gente así. Ya hicimos la denuncia y si alguien tiene información, vio algo, hay algún vecino que tenga cámaras por ahí, por favor le pido que me avise. Y tengan mucho cuidado porque hay un asesino en el barrio”, añadió.

Denuncian un envenamiento masivo de perros en Magdalena: 15 murieron y hay varios graves

La localidad de Magdalena, en la provincia de Buenos Aires, se vio empañada por un envenenamiento masivo de perros. Al menos quince mascotas murieron y otros tantos resultaron intoxicados, en un acto cruel que conmocionó a toda la ciudad.

Uno de los trágicos hechos tuvo lugar en una zona de quintas, sobre las calles Saavedra, entre Ruiz y Tandil. El sábado 20 de mayo por la mañana, un vecino de la zona se encontró con la devastadora escena de su amado “Homero”, un Golden Retriever de dos años y medio, sin vida y evidenciando claros signos de envenenamiento.

"Homero" fue encontrado sin vida y envenenado. (Foto: Gentileza Cristian Ch.)

«Homero» fue encontrado sin vida y envenenado. (Foto: Gentileza Cristian Ch.)

En su denuncia, dijo que a pocos metros de su casa se encontró una lata de aluminio envuelta en dos bolsas de nylon, que contenían un líquido blanco aún no identificado. Junto a la lata, se halló una espumadera con mango marrón, posiblemente utilizada para administrar el veneno.

El impacto de esta tragedia se agravó al descubrirse que otros vecinos de la zona también habían perdido a sus mascotas en circunstancias similares. Al parecer, todas las víctimas habrían sido envenenadas de manera intencional. Primero se había conocido que eran 4 los fallecidos, pero con el correr de las horas esa cifra aumentó a 15.

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Cinco muertos por el choque de un micro y un camión en una ruta de Santa Fe

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Cinco muertos por el choque de un micro y un camión en una ruta de Santa Fe

Un violento choque entre un colectivo de larga distancia y un camión dejó como saldo cinco muertos y 15 personas heridas, esta madrugada, en el departamento de San Martín, provincia de Santa Fe.

El accidente ocurrió sobre la ruta nacional 34, entre las localidades de Casas y Las Bandurrias, donde colisionaron un camión Scania y un colectivo de la empresa Torres, que había salido desde Santiago del Estero con destino a la Ciudad de Buenos Aires.

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La peor parte la llevó el colectivo, ya que luego del choque el chofer perdió el control e impactó contra un árbol. En tanto, el conductor del camión resultó ileso, ya que el impacto fue contra la parte trasera de su vehículo.

Como consecuencia del choque fallecieron cinco personas que iban en el micro, entre ellas el chofer, identificado como Omar Orellana, 50 años; además, murieron Rosana Rojas (83); Elena Montenegro (58) y Margarita Cinecia (76).

Cinco muertos tras un violento choque en Santa Fe. (Foto: Policía de Santa Fe)

Asimismo, otras 15 personas que viajaban en el ómnibus fueron trasladadas con lesiones de diversa consideración a centros de salud de la zona. Esta mañana, en tanto, se confirmó el fallecimiento de Artemio Del Valle Soria, de 79 años, otro pasajero del ómnibus.

Intervinieron en el hecho personal de la Dirección Provincial de Seguridad Vial, de Gendarmería Nacional, de Corredores Viales, de bomberos y de las comisarías de Pueblo Casas, Colonia Belgrano, Cañada Rosquín, y Sastre, mientras que la causa quedó a cargo de la fiscalía 150, de la localidad de San Genaro.

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(TN)

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Ladrones entraron de noche a una escuela, robaron 100 notebooks y hasta se llevaron las golosinas del kiosco

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Ladrones entraron de noche a una escuela, robaron 100 notebooks y hasta se llevaron las golosinas del kiosco

Un colegio de la Ciudad fue el blanco de la delincuencia y el vandalismo. En un audaz robo, dos ladrones ingresaron al establecimiento violentando las puertas, y se apoderaron de un valioso botín. Entre lo robado había 100 computadoras notebook provistas por el Estado, picaportes de bronce y hasta las golosinas del buffet.

El hecho ocurrió este sábado por la madrugada, en la Escuela Normal Superior N° 10, Juan Bautista Alberti, en el barrio porteño de Belgrano. Allí, los delincuentes entraron saltando la reja que da al patio de la institución y luego rompieron la entrada.

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Vanina, miembro de la cooperadora del colegio, describió a TN los terribles hechos: “Fue en la madrugada. No solo robaron, sino que destrozaron todo. Golpearon la puerta de la sede de la cooperadora y se llevaron la computadora que utilizamos para trabajar, pero también robaron todas las notebooks que usan los alumnos. Rompieron todo a su paso y también se llevaron todos los objetos de bronce que encontraron”.

La puerta del colegio de la cooperadora quedó inutilizable. (Foto: TN)

Consultada sobre si los ladrones tenían el dato de que en el colegio había objetos de valor, la mujer dijo: “Desconocemos si tenían información específica. El colegio es amplio, abarca alrededor de cuatro manzanas e incluye niveles secundarios, primarios y terciarios. Los carritos de las computadoras estaban en el hall central, que era lo más costoso, pero estaban a la vista. Se llevaron todo lo que encontraron a su paso. Es difícil decir en este momento si fue alguien que planificó meticulosamente el robo o simplemente uno más de los colegios que han sido saqueados”.

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El robo fue advertido por el portero de un edificio lindero al establecimiento educativo, quien dio aviso al 911. “El portero se dio cuenta de lo sucedido porque vio a personas cargando muchas cosas en bolsas de residuo a las 6:30 de la mañana, en pleno feriado. Ahora con la policía estamos revisando todas las cámaras de seguridad de los edificios de la zona para ver si hay más implicados”, dijo la encargada de la cooperadora.

"Destrozaron todo", contó una cooperadora del colegio que fue blanco de la delincuencia. (Foto: TN)

«Destrozaron todo», contó una cooperadora del colegio que fue blanco de la delincuencia. (Foto: TN)

Sobre el accionar de los delincuentes, contó: “Entraron saltando la reja del patio, luego accedieron por una puerta con rejas ubicada en la parte trasera del colegio”. Y denunció: “No tenemos alarmas como cualquier otro colegio, lo cual sería una buena medida de seguridad”.

Afortunadamente, los delincuentes fueron atrapados infraganti gracias al portero que avisó al servicio de emergencias. Los imputados, un joven de 19 años y de nacionalidad boliviana, y un argentino de 23 años, fueron detenidos en el lugar y puestos bajo custodia. Por su parte, lograron recuperar el botín.

El resto de las golosinas del buffet quedaron esparcidas por todo el lugar. (Foto: TN)

El resto de las golosinas del buffet quedaron esparcidas por todo el lugar. (Foto: TN)

“Queremos destacar la solidaridad del portero y la rápida actuación de la policía, quienes estuvieron en el lugar tratando de reconstruir todo lo sucedido”, expresó Vanina.

La encargada de la cooperadora del colegio aseguró que sufrieron daños significativos debido a este robo. El lunes, cuando realicen el inventario, evaluarán cómo proceder y cómo reconstruir la información administrativa. Actualmente, se espera que las clases se suspendan debido a la necesidad de realizar un inventario completo.

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